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La Merlot está íntimamente relacionada con la Cabernet Franc, que a su vez es una de las madres de la Cabernet Sauvignon, que fue “concebida” por la Sauvignon Blanc, hija de la Traminer (conocida en España como Albarín Blanco), que también es progenitora de la Pinot Noir, madre de la Chardonnay.
Todo ello ha sido descubierto
en una publicación reciente por SeanMyles, genetista de la Universidad de Cornell, después de analizar el
genotipo de unas 1.000 muestras de vino banco de germoplasma
de Estados Unidos.
“Encontramos que el 75% de
las variedades tenían una cercanía más parecida a la de padres e hijos que a la
de hermanos. Antes pensábamos que eran familias diferentes de uva y ahora hemos
descubierto que todas ellas están interconectadas; y no solo eso, sino que son,
en esencia, una gran familia”, afirmó Myles.
Instituto de Ciencias dela Vid y del Vino (ICVV) de la Universidad de la Rioja,
aseguró: “Lo que Myles concluye en su investigación es aplicable a
cualquier genotipo, a las variedades que se dan en España también”. Pero ¿a qué
se debe tanta consanguinidad?
En primer lugar hay que tener
en cuenta que todos los vinos que degustamos hoy en día
proceden de la misma especie, la Vitisvinifera, que fue “domesticada” hace unos 8.000 años en las
actuales Irán, Georgia y Armenia.
Historia de una saga
Aunque sobre lo que sucedió
después no hay demasiado consenso. “Sobre esto hay dos teorías: una que
asegura que esta domesticación se expandió a través de diferentes culturas en
dirección este–oeste, a lo largo de todo el Mediterráneo, donde llegó con
fenicios, griegos y romanos. La otra, asegura que después también hubo
domesticaciones de variedades de la vid,
a partir de poblaciones silvestres, en algunas zonas. De hecho, nosotros
hemos encontrado evidencias de que aquí fue así”, apuntó Martínez
Zapater.
De cualquier forma, de la
evolución e hibridación posterior de aquella planta primigenia, es de donde
proceden las miles de variedades que conocemos en la actualidad.
Otra razón de tan estrecha
relación familiar es el modo en que han cultivado la vid desde antiguo. “Se
trata de la multiplicación vegetativa; es decir, se parte una ramita y, o bien
se injerta, o bien se enraíza, lo que da lugar a una nueva planta idéntica. Así
se mantienen los caracteres que producen un fruto determinado y sus
características primigenias. Y por eso no hay apenas variaciones en el
genotipo. Solo las alteraciones somáticas que se van acumulando a lo largo del
tiempo. Entre ellas se producen las diferencias de color –tinta o blanca–,
estructura, entre otras.”, aseguró Martínez Zapater.
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